Cuando se Rompe el Mando

Nunca busqué ser un estratega. Vine aquí —no para ganar, sino para sentir el silencio entre los latidos. En los callejones iluminados de Seattle, donde el código susurra como tambores de桑巴 y la ansiedad se funde en arte, me convertí en algo más tranquilo de lo esperado: no un estratega con algoritmos, sino un oyente que escucha más de lo que habla. La primera vez que hice clic en ‘apuesta’, no era sobre probabilidades —era sobre respirar. Como dar un paso al escenario tras la medianoche, solo con 10€ y un destello de esperanza. Ningún bote llegó esa noche. Pero algo sí: quietud. Una realización.

Dejé de perseguir ‘apuestas’. En cambio, empecé a preguntar: ¿Qué juego te hizo llorar? No lo que ganaste —sino cómo te sentiste cuando perdiste.

En los pods de Discord donde creadores se reúnen a las 3am con café y resplandor de pantalla, no compartimos capturas de victorias —compartimos cicatrices convertidas en sonetos. Uno escribió: ‘Jugué por veinte minutos… y no gané… pero recordé la risa de mi hija.’ Eso fue suficiente victoria.

Esto no es apuesta. Es liturgia.

Cada sesión —347 palabras— es una oración vestida con gradientes violetas bajo una luz ambiental. ¿Se rompió el mando? Bien. Sigues sintiendo vivo —no porque ganaste, sino porque osaste quedarte quieto, para escuchar, para sentir, para ser humano.