Cuando Todos Persiguen el Juego

Solía pensar que jugar era una escalera hacia la riqueza. Ahora sé que es un espejo. Cada noche, en mi apartamento de Manhattan, abro la app no para ganar, sino para sentir. El ritmo no son dados ni algoritmos: es el silencio entre giros, la respiración antes del siguiente clic. Mi madre me enseñó ceremonias de té en San Francisco; mi padre habló de disciplina. Pero aquí… aquí es diferente. La ‘llama dorada’ no es fuego. Es el destello en tu pantalla a las 2:17 a.m., cuando has perdido tres veces y aún presionas ‘giro’—no por creer en la suerte, sino por recordar que aún estás aquí. He visto a jóvenes mujeres llorar por rondas de bono que no ganaron. Publican capturas con #stillhere y #notafailure—but sus leyendas dicen: ‘Me presenté.’ Eso no es codicia. Es un duelo convertido en ritual. La plataforma no recompensa ganadores. Guarda espacio para quienes no hablan—pero siguen jugando. Ya no lo llamo juego. Lo llamo soledad sagrada.