No soy adicto a los juegos

Antes creía que ganar era cuestión de timing—the right chicken, the right bet, the right moment. Pero luego noté algo más profundo: cada clic sonaba como un tambor en una samba de medianoche—rítmico, efímero, sagrado. No en las calles de Río. En mi loft. Solo. Con audífonos puestos. El algoritmo no le importa si gano. Le importa si sigo clickeando. Así dejé de jugar para ganar. Empecé a jugar para sentir. Rastreaba mi latido—not my balance sheet. Mi presupuesto? R$50 por noche. No porque soy pobre—sino porque me niego a dejar que el miedo se convierta en mi moneda. En esta comunidad, no publicamos capturas de victorias. Publicamos susurros de pausas: ‘Jugué veinte minutos anoche… y no gané.’ ‘Bailé mientras esperaba.’ ‘El oro no estaba en el premio—estaba en el silencio después.’ Esto no es apuesta. Es duelo—with rhythm. El ‘Golden Rooster’ no es un juego—es una cámara de eco para la soledad moderna. La ‘Samba Beat’ no es entretenimiento—es terapia codificada en interfaces que nadie diseñó para nosotros.